Podría decir que en los últimos 15 o 20 años se ha popularizado el concepto del “mínimo esfuerzo”, a nivel general. Lo cual me lleva a evaluar si estamos confundiendo el término del “mínimo esfuerzo” con la frase “trabaja inteligentemente y no más duro” (“work smarter, not harder” – dicho atribuido a Allen F. Morgenstern, ingeniero que promovió la simplificación del trabajo alrededor del 1930).
Desde mi punto de vista, trabajar de manera más inteligente y no más duro, apunta a hacer un uso óptimo de lo que tenemos a la mano, de manera simple y esencial, sin que ello signifique esfuerzos agotadores (física y mentalmente). Por ejemplo, iniciar una tarea automatizada para que se realice mientras hacemos una tarea manual que requiere nuestro enfoque físico y mental: En el trabajo puede ser iniciar una impresión de las copias para el material de apoyo de una convención, mientras preparamos el discurso de entrada de la misma. En la casa, por su parte, podríamos iniciar un ciclo de lavado, mientras barremos el piso de las habitaciones.
Por otro lado, el mínimo esfuerzo es un término que pudiera tornarse un tanto peligroso y tentador, creando, en muchas ocasiones, dependencia de que otro haga lo que a nosotros nos corresponde, porque sencillamente no decidimos actuar. Es más fácil para el cerebro humano acomodarse a lo que implique el uso de la menor cantidad de energía posible, eso es instinto natural de supervivencia. Sin embargo, cuando abusamos de esas comodidades, de lo más fácil, entonces nuestro modus operandi pasa a ser de dependencia (vagancia, parasitismo, dejadez…como le queramos llamar).
¿Dependencia de qué? De que otro realice las tareas que nos corresponde, resuelva los problemas que nos toque resolver, de que otro cumpla sus objetivos porque actúa, mientras los nuestros se quedan rezagados porque esperamos a “que otro mastique para luego yo poder tragar” (este es un dicho popular en mi país natal, República Dominicana). Muestras se pueden citar por montones:
- Cuando un niño tiene un comportamiento inadecuado y la persona que lo cuida en ese momento le dice “espera que llegue tu padre o madre para decirle cómo te comportaste y que te corrija”. Si en ese momento tenemos la responsabilidad de cuidar de un infante, significa que tenemos la edad y madurez suficiente para todo lo que implica, incluyendo la toma de acciones disciplinarias adecuadas cuando se requiere, ¿por qué dejar en manos de otro lo que tenemos que hacer nosotros?
- Si existe acceso a vehículos familiares y decidimos no usarlos porque no queremos aprender a manejar (excusas sobran), y sencillamente dependemos de otro para que nos lleve donde queramos ir, nos recoja, etc., sin importar qué tan complicada se vuelva la logística diaria.
- En las ocasiones en que debemos presentar reportes mensuales en el trabajo y esperamos a que otro haga los suyos primero para agregar nuestra información allí y que esa otra persona lo presente.
Insisto, ejemplos de dependencia sobran. Ahora bien, la manera de contrarrestar este hecho es tomando acción y asumiendo la responsabilidad. Es claro que al principio costará salir de la zona de confort y moverse, sin embargo la retribución y paz mental de saber que somos proactivos, responsables y logramos lo que nos proponemos servirá como efecto dominó en nuestro desarrollo personal, fortalecimiento de sistema de valores y reforzamiento de la autoestima… cimientos necesarios para seguir viviendo al 100.
Por: Melissa Pérez Díaz